Piel

Piel
 
¡Dios! ¡Otra rasgadura en el dedo! ¡Y siempre en el mismo sitio! ¡Oh! Se me ha vuelto a levantar la piel. ¡Casi nada! Vuelve a sangrar. Deja que me siente. Dichosa piel, ¿sabes? Piel, sí, ¡uf! Digo piel, pero serás bienvenido si en tu cabeza ves la corteza de un pino o el suelo que pisas, una bolsa de plástico, un cristal, cualquier prenda que envuelva un cuerpo o una capa de pintura. ¡Carajo! Todavía duele. La piel es la piel, piel de todos los santos, aunque yo siempre he andado por ella de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro. ¡Uf!
De fuera hacia adentro, mi piel es el primer grito o gemido o palabra, o placer; la barrera que hace pagar con sangre y lágrimas cualquier intento de entrada. ¿Celoso guardián de qué? De un mundo vetado a los humanos —mi cuerpo me es extraño, no penetrable sin lesión, no quiere saber nada de mí, me dice déjame en paz y no me marees, ni se te ocurra presentarte, profanarías aquello que desconoces—. Nadie de cierto tamaño puede entrar y los más pequeños solo pueden hacerlo aprovechando los agujeros naturales: la boca, la nariz, orejas, el ano, la vulva, el pene. Solo por aquí y según de quién se trate y para qué. Si no es a través de estos pasos, no está permitido. Puedes entrar en él a las bravas, sí, —se me aparece la palabra comprender— pero a riesgo de destrozarlo todo porque vas a contaminarlo, a dañarlo, por mucho que te esfuerces en no hacerlo. ¿Y una vez dentro? Mejor no tocar nada si no es necesario, no mover nada de su sitio a menos que haga falta, todo puede romperse; si acaso mejor separar que cortar, mejor arrinconar que coger o levantar. Poco tiempo, dispones de poco tiempo. Entra, haz lo que hayas venido a hacer y sal corriendo, pero con orden, sin dejar espacios vacíos donde había tierra machacada, pidiendo disculpas y procurando reponer todo lo que has roto. El mejor consejo: como si no hubieses entrado, como si no hubieses hecho nada; no se te ocurra ni sacar el polvo, ni llevarte aire que no sea tuyo. Créelo: si tienes pensado pasar tendrás que aprender a comportarte, no creas que sea fácil —jamás, jamás me ha sido fácil comprender nada—. ¡Vaya! parece que ya no sangra.
De dentro hacia fuera, te confieso que asocio la piel con la frustración. Sueño que salgo de mí, atravesándola o que la dejo colgada en el galán sin una arruga de más. Por fin. Adiós amigos, estoy contento de haberos conocido pero prefiero largarme, no sea que el aburrimiento acabe conmigo. No dejo de pensar qué sucedería si la piel no existiese. ¡Podría entrar dentro de los cuerpos! O al menos quiero creerlo. Sí, visitar tu hígado o tu cerebro, meterme entre esa encina de más de cien años, bucear entre las piedras, deshacerme en el aire o entre las nubes o el hielo. Si no existiese la piel, incluso los átomos y las pequeñas partículas que los forman estarían desnudos y podría llegar a fundirme con cualquier ente del universo. Me huelo que la comunicación sería muy intensa, ¿no te parece? Pero temo que hay algo más. Si no existiese la piel, tampoco lo haría la unidad; por no haber límites, no habría individualidad alguna, agrupación, contención o dile fronteras. No puedo fantasear un mundo sin elemento alguno —no habría ninguna partícula por pequeña que fuese puesto que no podría definirse en sí misma, ¡demonios!—. Entonces, ¿viviría en un mundo diluido, sin entidades? Sí, puede y ello me lleva a un universo inexistente o en el mejor de los casos desmenuzado. Así, ¿puedo pensar que la piel —o llámale como quieras, ya te lo he dicho— es imprescindible para definir una entidad, para que exista un mundo de sumas no líquido? No sé cuándo le oí decir a no sé quién que la piel era el precio que había que pagar por existir —por cierto, ¿la piel de las ideas serían las palabras? ¿O las imágenes?—. Por aquel entonces no le hice ni caso. ¡Cielos! me temo que sí.
Con semejante viaje, si tengo que aceptar estas condiciones, a saber, cuando in inviolabilidad y cuando out incomunicación, sospecho que la sinergia que sufriré, hermetismo más aislamiento, me condena a comportarme como un ser naturalmente bloqueado, pura dinamita hasta el final de mis días. ¿Por dónde voy a estallar? No sé qué responderte. Cuanto menos, a diario lo hago de dos maneras, la primera ya la habrás notado: por la boca hablando; y la segunda te la digo enseguida, no te vayas: por el culo cagando.
Bueno, hermano. Voy a tener que dejarte porque ahora, habiendo dejado de sangrar y con la piel tierna, además de dolerme el trasero tengo otro aprieto y no aguanto más. ¡Uaah! Hace tres semanas que me rompí la tibia cuando caí en una zanja en mitad de la calle. A nadie se le ocurrió poner una tabla encima. ¡Qué quieres que te diga! En esa ocasión, tampoco comprendí nada de lo que vi. Sí, andaba distraído, lo sé, repensando mil ideas que no me dejan en paz. Y ahora sufro uno de esos insoportables ataques de picor en mi pierna. ¡Miles de agujas! ¡Uaah! Estoy que me salgo, peor que un nido de avispas. Daría lo que fuese por meter mis uñas entre el yeso y la pierna, o cogería un martillo y acabaría con todo, te lo juro. Voy a por el alambre, me toca pasarlo hasta media pierna y rascarme a lo bruto.

 
Skin
 
Oh God, I’ve cut my finger again! In the same place as last time! The skin’s come off again. Oh, it’s bleeding again! I need to sit down. Damn skin. Yes, that’s right, skin! You could call it skin, or you could call it the bark of a tree, or the floor you’re standing on, a plastic bag, a window, any item of clothing that wraps around your body, even a coat of paint. Damn, it still hurts though! Skin is skin, skin of All Saints, though I’ve always treated it from the inside outwards and from the outside inwards. Damn!
From the outside inwards, my skin is the first cry or moan or word, or pleasure; the barrier that does not let anyone in without the shedding of blood and tears first. What is it guarding so jealously? A forbidden world, one no human is allowed to enter — my body feels foreign, impenetrable if not wounded, it doesn’t want anything to do with me, “Leave me alone”, it says, “don’t confuse me, don’t even think about showing up, you’d only end up desecrating that which you don’t understand”. If it’s too big it can’t enter, and if it’s small enough it can only enter through one of the natural holes: mouth, nose, ears, anus, vulva, penis. Entry is not permitted except through these holes, only by certain people and only for certain purposes. No entry allowed unless strict rules are followed. Of course, you could always enter roughly, carelessly — the word understanding springs to mind — but you’d risk spoiling it, making a mess of things, as much as you’d try not to. And once inside? You’d be better off not touching anything unless absolutely necessary. Don’t move anything from its place unless you have to — everything is fragile in here and things break easily; if you really must touch something, I’d rather you separate rather than cut, push to one side rather than lift up. Little time, you have but little time. Enter, do what you have come to do and then leave promptly, in an orderly fashion, without leaving an empty space on the floor where there once was crushed earth, apologizing for the inconvenience caused, and making sure you replace any breakages. The best advice I can give you: act as if you’d never been inside; don’t even clean after yourself, and don’t take away with you so much as air that’s not yours. Now pay attention: if you want to come in, you’d better learn to behave, and don’t think it’ll be easy, either — I’ve never found it easy to understand things. Hey, looks like the bleeding’s stopped!
From the inside outwards, I must admit that I associate skin with frustration. I dream of stepping outside my skin, of leaving it hanging there without so much as a wrinkle. Finally. Farewell, my friends, it was a pleasure knowing you but frankly I’d rather leave now, lest I die from boredom. I can’t stop thinking about what would happen if skin didn’t exist. I could enter other people’s bodies! At least, that’s what I’d like to think. Yes, I could visit your liver or your brain, I could merge with that hundred-year-old oak tree, I could dive among the rocks, I could melt away in the air or among the clouds or ice. If skin didn’t exist, even atoms and the tiny particles that they’re made of would be naked — I could merge with any body in the entire universe. I imagine communication would suddenly become very intense, don’t you think? Yet, I’m afraid there’s another side to this. Without skin, there would be no unity; without limits, there would be no individuality, no groups, no containment, no frontiers. I can’t imagine a completely empty world — there’d be no particles whatsoever, not even the smallest ones: they would be incapable of defining itself, damn! Would I be living in a diluted world, without matter? It’s possible — yet it would also mean a universe that is inexistent or at best shredded into tiny fragments. Could I think of skin — or whatever you wish to call it, I told you already — as essential for defining something, for a non-liquid world to exist? Someone told me once that skin was the price one has to pay for the privilege of existing — come to think of it, what would the skin of ideas be, words perhaps? Or images? I didn’t pay much attention to him at the time. Heavens! I’m afraid so.
 After travelling from the outside in and from the inside out under these conditions — inviolability when going in, lack of communication when going out —, I suspect that the synergy that I will suffer, hermeticism and isolation, condemns me to behave like a naturally blocked being, pure dynamite until the end of my days. Where will I explode? I’m afraid I don’t know. I give an answer every day in two different ways, the first of which you will already be aware of: talking through the mouth and shitting through the arse.
Well my brother, I’ll have to leave you now — although the bleeding has stopped and my skin is all tender, my backside is hurting and I also have another pain, it’s unbearable. Aaargh! I broke my tibia three weeks ago when I fell into a ditch in the middle of the road. No-one thought of covering it with a board. What can I say? I couldn’t really understand anything that was going on around me. Yes, I know, I was distracted, I had a thousand ideas running through my head tormenting me. And right now I have this sudden uncontrollable itch on my leg, like thousands of needles, aargh! Worse than a wasps’ nest. I’d give anything to stick my nails in between my leg and the plaster, or to grab a hammer and just put an end to it all. I’m going to get some wire, I’ll have to stretch it down my leg and scratch myself wildly.